Sesión Especial: Dimensiones Políticas del Bicentenario

La Ministra de Cultura Paulina Urrutia, junto con los historiadores José Bengoa, Agustín Squella y Sofía Correa, comentan sobre el estado actual de nuestra democracia de cara al próximo Bicentenario de nuestra república. A continuación se presenta una edición de esta charla llevada a cabo dentro del marco del Congreso Mundial de Ciencia Política celebrado en nuestro país.

Charla “Dimensiones Políticas del Bicentenario”
Paulina Urrutia (Ministra de Cultura)
Creo que este es un tema significativo y de extraordinaria importancia, y merece este título ya que se debe incluir en la ciencia política el tema del Bicentenario. Como se sabe, y lo hemos vivido, el tema del bicentenario ha internalizado transversalmente y lo hará de manera creciente la reflexión pública, académica y mediática del último tiempo. Sin embargo, la reflexión acerca de la dimensión política si bien es el sustrato de amplios y diversos relatos del fenómeno, no ha alcanzado hasta la fecha la relevancia que le corresponde. Sin duda, la dimensión material de las conmemoraciones, es decir, la construcción de obras, el ámbito arquitectónico, el levantamiento de infraestructura, ha sido una de las variables de mayor atención pública, y sus resultados son vistos por muchos como los elementos simbólicos más significativos del bicentenario, tal como lo fueron las obras del centenario el siglo pasado.
La dimensión internacional del tema ha sido otro aspecto relevante. La independencia de la América hispana fue un proceso conjunto con estrechas vinculaciones entre los distintos polos geopolíticos donde tuvo lugar. Y las conmemoraciones de algún modo reflejan esto. Tenemos un grupo de trabajo integrado por países que conmemoramos el bicentenario entre los años 2009 y 2011, que constituimos en la reunión de ministros de cultura de Iberoamérica en Valparaíso el año 2007, integrado por Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, México, Paraguay y Venezuela. E incluso en España se ha constituido una comisión bicentenario presidida por don Felipe González, que desarrolla una agenda junto con la agenda americana.
El 2010, junto a Chile, conmemoran bicentenario Argentina, Colombia y México. Y en un apretado período de tiempo casi todas las repúblicas latinoamericanas lo van a conmemorar. Esto entonces nos ha provocado y movilizado a reflexionar sobre el estado de salud de nuestra ya bicentenaria independencia, y sobre las actuales dinámicas regionales, sub-regionales y nacionales. No sólo qué es y quiénes somos en la América Latina 200 años después de, sino quiénes estamos siendo y tratando de ser es la cuestión, después de haber vivido en estos doscientos años varias coyunturas históricas tanto o más profundas y traumáticas que el proceso de emancipación que tuvieron al nacer nuestras repúblicas. Pareciera que las repúblicas en nuestro continente tienen la facultad múltiple – desafortunada y afortunada a la vez – de nacer y renacer casi al mismo tiempo, dejándonos un reguero de interrogantes, de dolores y por supuesto de nuevas esperanzas, que se proponen una y otra vez.
Por eso, estoy convencida que la dimensión central del bicentenario, y la vez, la más compleja, la que une pasado y futuro a su reflexión, y la más cercana al núcleo del problema es la dimensión política del bicentenario. Si uno de los sentidos fundamentales del bicentenario consistía en reflexionar acerca de cómo estimulamos el compromiso activo con los valores y hábitos de la democracia en nuestros países independientes, si como muchos creemos, el eje fundamental alrededor del cual girasen las distintas actividades, programas y propuestas del bicentenario fuesen los problemas concretos del desarrollo humano en nuestros países y la definitiva consolidación democrática en la región si nuestro debate contribuyera a la habilitación efectiva de un espacio público donde sea posible la deliberación, el consenso – y también el disenso – y en consecuencia, un espacio eminentemente cívico, crítico, educativo y público, ya el bicentenario respondería a su dimensión política.
Pero para eso, no estoy yo para hablar.
José Bengoa (Universidad Academia de Humanismo Cristiano) – “Bicentenario sin relato”
Bajo el gobierno de Ricardo Lagos se organizó una comisión para el bicentenario, que buscaba qué se quería decir de nuestro país llegado los doscientos años de la nación. Para lograrlo había que revisar nuestra historia hace cien años atrás, para evidenciar el discurso de nuestro centenario y las identidades que nos conformaban.
El centenario encontró a Chile en su punto más alto en el auge salitrero. Por su parte, la elite oligárquica buscaba conectar a nuestro país con el mundo, a la vez que se dio inicio a la Biblioteca Nacional y se terminó el Museo de Bellas Artes. En resumen, grandes obras se llevaron a cabo para los cien años de la nación.
El discurso patriótico nacional celebrado en los primeros cien años de la independencia fue duramente criticado por el discurso republicano aristocrático del siglo XX, y terminó posteriormente cediendo ante la dictadura. Estas dos décadas provocaron un gran silencio sobre nuestras relaciones personales y sociales, así como generaron un temor a nuestras capacidades destructivas. El discurso en aquella época pasó a ser de tipo patriótico, y fue sobreexplotado en la dictadura para alienar voluntades.
Llegada la democracia no se ha podido restaurar este discurso patriótico, y casi por obligación ha surgido un nuevo discurso corriente, donde las clases altas se han reconstruido, o mejor dicho, restaurado, centrándose en una razón de amenaza. Esto se debe a que en un tiempo anterior estuvieron realmente amenazados. El temor se introdujo en su cultura, ya que tiene mala conciencia de su extremo poderío económico, de la alta concentración de ingresos que tiene, por lo que se refugian en los faldeos cordilleranos y se aferran a la religión de una manera sorprendente.
Las nuevas clases medias poseen un discurso modernista que absorbe una cantidad importante de cambios valóricos. Lo más importante en términos sociales es la aparición de esta nueva clase media, que posee más oportunidades en lo que se refiere al acceso a educación superior.
Un porcentaje importante de población joven quedó excluida. En Santiago hay 240.000 jóvenes sin enseñanza media completa. Ahí existe un relato marginal, de una cultura criminalizada y estigmatizada. Estos jóvenes serán igual parte del bicentenario, pero no estarán celebrando. Otro discurso se genera con el pueblo mapuche, desplazado y sistemáticamente mirado en menos.
Pero como podemos ver, aún no suena una polifonía en donde las identidades castigadas puedan ser igualmente escuchadas, y tampoco tenemos un proyecto común para celebrar los doscientos años de independencia en Chile, ya que nuestro discurso – como aquel del centenario - puede estar fuertemente cargado de exclusión.
Agustín Squella (Universidad de Valparaíso) – “Las democracias en el bicentenario”
Una nueva forma de hacer política está en boca de los mismos políticos, que en vez de ponerla en práctica se dedican a exigirla. Esto puede denotar la poca claridad que existe sobre esta nueva forma, supuestamente más popular, de hacer política. Una forma que se hace cargo de una manera indirecta de la apatía y la reprobación que siente el ciudadano común frente al ejercicio de la política.
La política es una actividad humana y no siempre es llevada a cabo por los más dotados para su ejercicio, sin embargo, no debemos alarmarnos, porque si hay algo peor que una mala política, esto es la ausencia total de la misma. Ya todos sabemos lo que pasa cuando a la política se le hace salir por la fuerza: un general pone su arma sobre la mesa y da por terminada la discusión.
De manera que ante una caída en la calidad de la política o incluso de la propia democracia, es menester demandar un mejoramiento en lo que respecta a ambas más que su término o erosión. Podemos evidenciar esta nueva conciencia ya que en medio de una crisis de características planetarias todos los ojos están puestos en la política, atentos a lo que harán los legisladores, los gobernantes y parlamentos de los distintos Estados. De esta manera los mismos políticos así como expertos, organizaciones de los más diversos ámbitos y también la sociedad civil tratan de influir para llevar a cabo las mejores medidas que permitan superar pronto y de manera eficaz esta crisis.
La confianza entonces se ha depositado donde debe hacerse, en la política y las organizaciones tanto locales como de la comunidad internacional y no en algún líder espiritual o económico, ni en un empresario o grupo de empresarios.
Política es la actividad humana que concierne a la búsqueda, ejercicio, conservación o incremento del poder político. Algunos autores que definen la política también se centran en un plano de la prescripción, es decir, del deber ser. De la tosca materia a los nobles sueños que tenemos como sociedad. No es la guerra la prolongación de la política por otros medios, sino que la política es la prolongación de la guerra por medios pacíficos. Esto es claro en la democracia, que cuenta y no corta cabezas y sustituye por el voto el tiro de gracia del vencedor por sobre el vencido. La política, sin embargo, es la lucha por el poder mas no por el poder mismo, sino que como causa de la realización de un programa de gobierno y para alcanzar algunas metas socialmente deseables.
En consecuencia, siempre hay alguien que ejerce el poder político, alguien que gobierna y alguien que detenta el monopolio de la fuerza en la sociedad y alguien que toma decisiones vinculantes para los miembros de esta. Y así las cosas da lo mismo la forma de gobierno que se adopte en la sociedad.
La democracia se establece como una forma más de gobierno y responde a la pregunta sobre quién debe gobernar de una forma un poco atrevida, ya que nos dice que cualquiera puede gobernar, mientras obtenga para sí una mayoría que respete – eso sí – los derechos de las minorías y en particular su derecho de convertirse en mayoría y conseguir el poder.
Y la doctrina del estado de derecho, que se da de la mano con la democracia, propicia el gobierno de las leyes y no el gobierno de los hombres. Lo cual significa que en una democracia el gobierno está sujeto a leyes y a la vez manda por medio de éstas.
Se ha señalado esto debido a que este panel trata sobre la dimensión política del bicentenario y parece pertinente aclarar lo que entendemos como política y como democracia, para así preguntarnos cuál será la situación de una y de otra en cada uno de los países que celebran 200 años de vida independiente. Lo que tendremos no será una democracia, sino democracias, que en distintas medidas llevarán a cabo el tipo ideal de esa forma de gobierno que postulan los filósofos o teóricos de gobierno. Esto no constituye ninguna novedad, ya que todas las experiencias democráticas del mundo pueden ordenarse según si se acercan más o menos al ideal democrático, sin embargo, cuando caen bajo cierto umbral ya no podemos denominarlas como democracias.
En consecuencia, el problema no es el de concordar en un concepto de la democracia como forma de gobierno. Como señala Sartori, el término se encuentra enraizado en la historia, por lo que es portador de experiencia histórica. Por lo mismo, tiene un significado que se ha estabilizado a través de un proceso de prueba y error.
El desafío es este inevitable desfase entre la democracia ideal y las democracias reales, entre la democracia prescriptiva y la democracia descriptiva, entre el ideal y las evidencias democráticas. El resultado del análisis de nuestras democracias no nos debe llevar sin embargo al desprecio ni al abandono de estos imperfectos gobiernos democráticos, sino acercarnos al desafío de hacer que los Estados democráticos sean más democráticos y se acerquen más al concepto de la democracia ideal, siguiendo por ejemplo a Robert Dahl.
El ideal debe servir como estímulo, y no como desaliento. Debe ser un ideal constructivo, pero siempre mantener este ideal, sin olvidar a su vez el papel real de los gobiernos democráticos.
Lo que tenemos hoy en el continente son dos tipos de gobiernos democráticos: unos con un fuerte componente refundacional, que miran a sus adversarios como si fueran sus enemigos, y sacan provecho del fracaso de los partidos políticos; y otro que da espacio al diálogo y al recambio – relativo – en el poder por parte de sus gobernantes.
Las reglas democráticas valen no sólo al momento de acceder al poder, sino que también en el momento de ejercerlo, así como también para conservarlo. La democracia es tanto la puerta de entrada como la puerta de salida del poder. Y no es necesario algún adjetivo para delimitarla, debido a que esta puesta va de la mano con restricciones a la verdadera democracia.
Para la América Latina debemos demandar de las democracias un mayor compromiso con los derechos sociales, un mayor compromiso con la igualdad, siempre mirando a la democracia ideal. Quizás se haga necesario concertar de una manera óptima la libertad con la igualdad, probablemente con la llamada social democracia.
Sofía Correa (Universidad de Chile) – Regímenes de gobierno
Reflexión sobre las formas de gobierno en la región, ahondando en el excesivo presidencialismo. El debate sobre su reforma siempre estará sesgado por el período parlamentario de finales del siglo XIX, y sobre el relativo éxito de los períodos donde el presidente es la figura más fuerte en el gobierno.
En importante mirar el período parlamentario con otro prisma, que se relaciona con un papel más amplio de los partidos políticos y un gobierno más consensuado. El período parlamentario tuvo un éxito económico comparable a cualquier período presidencialista, y las relaciones internacionales se condujeron de igual manera que en cualquier otro gobierno. Y en cuanto a la dimensión política, se amplió su discusión a través de la misma institucionalidad y de los partidos políticos.
La participación política se expandió tanto por las leyes electorales como también a la ampliación en la participación ciudadana, canalizada por la labor de los partidos políticos, organismos institucionalizados que influían en la forma de hacer política en este período.
Por todo lo anterior es necesario repensar el período parlamentario, no como la época negra del gobierno chileno, sino como importante etapa de construcción y avance, y como importante base de los gobiernos actuales.

Charla “Dimensiones Políticas del Bicentenario”

Paulina Urrutia (Ministra de Cultura)

Creo que este es un tema significativo y de extraordinaria importancia, y merece este título ya que se debe incluir en la ciencia política el tema del Bicentenario. Como se sabe, y lo hemos vivido, el tema del bicentenario ha internalizado transversalmente y lo hará de manera creciente la reflexión pública, académica y mediática del último tiempo. Sin embargo, la reflexión acerca de la dimensión política si bien es el sustrato de amplios y diversos relatos del fenómeno, no ha alcanzado hasta la fecha la relevancia que le corresponde. Sin duda, la dimensión material de las conmemoraciones, es decir, la construcción de obras, el ámbito arquitectónico, el levantamiento de infraestructura, ha sido una de las variables de mayor atención pública, y sus resultados son vistos por muchos como los elementos simbólicos más significativos del bicentenario, tal como lo fueron las obras del centenario el siglo pasado.

La dimensión internacional del tema ha sido otro aspecto relevante. La independencia de la América hispana fue un proceso conjunto con estrechas vinculaciones entre los distintos polos geopolíticos donde tuvo lugar. Y las conmemoraciones de algún modo reflejan esto. Tenemos un grupo de trabajo integrado por países que conmemoramos el bicentenario entre los años 2009 y 2011, que constituimos en la reunión de ministros de cultura de Iberoamérica en Valparaíso el año 2007, integrado por Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, México, Paraguay y Venezuela. E incluso en España se ha constituido una comisión bicentenario presidida por don Felipe González, que desarrolla una agenda junto con la agenda americana.

El 2010, junto a Chile, conmemoran bicentenario Argentina, Colombia y México. Y en un apretado período de tiempo casi todas las repúblicas latinoamericanas lo van a conmemorar. Esto entonces nos ha provocado y movilizado a reflexionar sobre el estado de salud de nuestra ya bicentenaria independencia, y sobre las actuales dinámicas regionales, sub-regionales y nacionales. No sólo qué es y quiénes somos en la América Latina 200 años después de, sino quiénes estamos siendo y tratando de ser es la cuestión, después de haber vivido en estos doscientos años varias coyunturas históricas tanto o más profundas y traumáticas que el proceso de emancipación que tuvieron al nacer nuestras repúblicas. Pareciera que las repúblicas en nuestro continente tienen la facultad múltiple – desafortunada y afortunada a la vez – de nacer y renacer casi al mismo tiempo, dejándonos un reguero de interrogantes, de dolores y por supuesto de nuevas esperanzas, que se proponen una y otra vez.

Por eso, estoy convencida que la dimensión central del bicentenario, y la vez, la más compleja, la que une pasado y futuro a su reflexión, y la más cercana al núcleo del problema es la dimensión política del bicentenario. Si uno de los sentidos fundamentales del bicentenario consistía en reflexionar acerca de cómo estimulamos el compromiso activo con los valores y hábitos de la democracia en nuestros países independientes, si como muchos creemos, el eje fundamental alrededor del cual girasen las distintas actividades, programas y propuestas del bicentenario fuesen los problemas concretos del desarrollo humano en nuestros países y la definitiva consolidación democrática en la región si nuestro debate contribuyera a la habilitación efectiva de un espacio público donde sea posible la deliberación, el consenso – y también el disenso – y en consecuencia, un espacio eminentemente cívico, crítico, educativo y público, ya el bicentenario respondería a su dimensión política.

Pero para eso, no estoy yo para hablar.

José Bengoa (Universidad Academia de Humanismo Cristiano) – “Bicentenario sin relato”

Bajo el gobierno de Ricardo Lagos se organizó una comisión para el bicentenario, que buscaba qué se quería decir de nuestro país llegado los doscientos años de la nación. Para lograrlo había que revisar nuestra historia hace cien años atrás, para evidenciar el discurso de nuestro centenario y las identidades que nos conformaban.

El centenario encontró a Chile en su punto más alto en el auge salitrero. Por su parte, la elite oligárquica buscaba conectar a nuestro país con el mundo, a la vez que se dio inicio a la Biblioteca Nacional y se terminó el Museo de Bellas Artes. En resumen, grandes obras se llevaron a cabo para los cien años de la nación.

El discurso patriótico nacional celebrado en los primeros cien años de la independencia fue duramente criticado por el discurso republicano aristocrático del siglo XX, y terminó posteriormente cediendo ante la dictadura. Estas dos décadas provocaron un gran silencio sobre nuestras relaciones personales y sociales, así como generaron un temor a nuestras capacidades destructivas. El discurso en aquella época pasó a ser de tipo patriótico, y fue sobreexplotado en la dictadura para alienar voluntades.

Llegada la democracia no se ha podido restaurar este discurso patriótico, y casi por obligación ha surgido un nuevo discurso corriente, donde las clases altas se han reconstruido, o mejor dicho, restaurado, centrándose en una razón de amenaza. Esto se debe a que en un tiempo anterior estuvieron realmente amenazados. El temor se introdujo en su cultura, ya que tiene mala conciencia de su extremo poderío económico, de la alta concentración de ingresos que tiene, por lo que se refugian en los faldeos cordilleranos y se aferran a la religión de una manera sorprendente.

Las nuevas clases medias poseen un discurso modernista que absorbe una cantidad importante de cambios valóricos. Lo más importante en términos sociales es la aparición de esta nueva clase media, que posee más oportunidades en lo que se refiere al acceso a educación superior.

Un porcentaje importante de población joven quedó excluida. En Santiago hay 240.000 jóvenes sin enseñanza media completa. Ahí existe un relato marginal, de una cultura criminalizada y estigmatizada. Estos jóvenes serán igual parte del bicentenario, pero no estarán celebrando. Otro discurso se genera con el pueblo mapuche, desplazado y sistemáticamente mirado en menos.

Pero como podemos ver, aún no suena una polifonía en donde las identidades castigadas puedan ser igualmente escuchadas, y tampoco tenemos un proyecto común para celebrar los doscientos años de independencia en Chile, ya que nuestro discurso – como aquel del centenario - puede estar fuertemente cargado de exclusión.

Agustín Squella (Universidad de Valparaíso) – “Las democracias en el bicentenario”

Una nueva forma de hacer política está en boca de los mismos políticos, que en vez de ponerla en práctica se dedican a exigirla. Esto puede denotar la poca claridad que existe sobre esta nueva forma, supuestamente más popular, de hacer política. Una forma que se hace cargo de una manera indirecta de la apatía y la reprobación que siente el ciudadano común frente al ejercicio de la política.

La política es una actividad humana y no siempre es llevada a cabo por los más dotados para su ejercicio, sin embargo, no debemos alarmarnos, porque si hay algo peor que una mala política, esto es la ausencia total de la misma. Ya todos sabemos lo que pasa cuando a la política se le hace salir por la fuerza: un general pone su arma sobre la mesa y da por terminada la discusión.

De manera que ante una caída en la calidad de la política o incluso de la propia democracia, es menester demandar un mejoramiento en lo que respecta a ambas más que su término o erosión. Podemos evidenciar esta nueva conciencia ya que en medio de una crisis de características planetarias todos los ojos están puestos en la política, atentos a lo que harán los legisladores, los gobernantes y parlamentos de los distintos Estados. De esta manera los mismos políticos así como expertos, organizaciones de los más diversos ámbitos y también la sociedad civil tratan de influir para llevar a cabo las mejores medidas que permitan superar pronto y de manera eficaz esta crisis.

La confianza entonces se ha depositado donde debe hacerse, en la política y las organizaciones tanto locales como de la comunidad internacional y no en algún líder espiritual o económico, ni en un empresario o grupo de empresarios.

Política es la actividad humana que concierne a la búsqueda, ejercicio, conservación o incremento del poder político. Algunos autores que definen la política también se centran en un plano de la prescripción, es decir, del deber ser. De la tosca materia a los nobles sueños que tenemos como sociedad. No es la guerra la prolongación de la política por otros medios, sino que la política es la prolongación de la guerra por medios pacíficos. Esto es claro en la democracia, que cuenta y no corta cabezas y sustituye por el voto el tiro de gracia del vencedor por sobre el vencido. La política, sin embargo, es la lucha por el poder mas no por el poder mismo, sino que como causa de la realización de un programa de gobierno y para alcanzar algunas metas socialmente deseables.

En consecuencia, siempre hay alguien que ejerce el poder político, alguien que gobierna y alguien que detenta el monopolio de la fuerza en la sociedad y alguien que toma decisiones vinculantes para los miembros de esta. Y así las cosas da lo mismo la forma de gobierno que se adopte en la sociedad.

La democracia se establece como una forma más de gobierno y responde a la pregunta sobre quién debe gobernar de una forma un poco atrevida, ya que nos dice que cualquiera puede gobernar, mientras obtenga para sí una mayoría que respete – eso sí – los derechos de las minorías y en particular su derecho de convertirse en mayoría y conseguir el poder.

Y la doctrina del estado de derecho, que se da de la mano con la democracia, propicia el gobierno de las leyes y no el gobierno de los hombres. Lo cual significa que en una democracia el gobierno está sujeto a leyes y a la vez manda por medio de éstas.

Se ha señalado esto debido a que este panel trata sobre la dimensión política del bicentenario y parece pertinente aclarar lo que entendemos como política y como democracia, para así preguntarnos cuál será la situación de una y de otra en cada uno de los países que celebran 200 años de vida independiente. Lo que tendremos no será una democracia, sino democracias, que en distintas medidas llevarán a cabo el tipo ideal de esa forma de gobierno que postulan los filósofos o teóricos de gobierno. Esto no constituye ninguna novedad, ya que todas las experiencias democráticas del mundo pueden ordenarse según si se acercan más o menos al ideal democrático, sin embargo, cuando caen bajo cierto umbral ya no podemos denominarlas como democracias.

En consecuencia, el problema no es el de concordar en un concepto de la democracia como forma de gobierno. Como señala Sartori, el término se encuentra enraizado en la historia, por lo que es portador de experiencia histórica. Por lo mismo, tiene un significado que se ha estabilizado a través de un proceso de prueba y error.

El desafío es este inevitable desfase entre la democracia ideal y las democracias reales, entre la democracia prescriptiva y la democracia descriptiva, entre el ideal y las evidencias democráticas. El resultado del análisis de nuestras democracias no nos debe llevar sin embargo al desprecio ni al abandono de estos imperfectos gobiernos democráticos, sino acercarnos al desafío de hacer que los Estados democráticos sean más democráticos y se acerquen más al concepto de la democracia ideal, siguiendo por ejemplo a Robert Dahl.

El ideal debe servir como estímulo, y no como desaliento. Debe ser un ideal constructivo, pero siempre mantener este ideal, sin olvidar a su vez el papel real de los gobiernos democráticos.

Lo que tenemos hoy en el continente son dos tipos de gobiernos democráticos: unos con un fuerte componente refundacional, que miran a sus adversarios como si fueran sus enemigos, y sacan provecho del fracaso de los partidos políticos; y otro que da espacio al diálogo y al recambio – relativo – en el poder por parte de sus gobernantes.

Las reglas democráticas valen no sólo al momento de acceder al poder, sino que también en el momento de ejercerlo, así como también para conservarlo. La democracia es tanto la puerta de entrada como la puerta de salida del poder. Y no es necesario algún adjetivo para delimitarla, debido a que esta puesta va de la mano con restricciones a la verdadera democracia.

Para la América Latina debemos demandar de las democracias un mayor compromiso con los derechos sociales, un mayor compromiso con la igualdad, siempre mirando a la democracia ideal. Quizás se haga necesario concertar de una manera óptima la libertad con la igualdad, probablemente con la llamada social democracia.

Sofía Correa (Universidad de Chile) – Regímenes de gobierno

Reflexión sobre las formas de gobierno en la región, ahondando en el excesivo presidencialismo. El debate sobre su reforma siempre estará sesgado por el período parlamentario de finales del siglo XIX, y sobre el relativo éxito de los períodos donde el presidente es la figura más fuerte en el gobierno.

En importante mirar el período parlamentario con otro prisma, que se relaciona con un papel más amplio de los partidos políticos y un gobierno más consensuado. El período parlamentario tuvo un éxito económico comparable a cualquier período presidencialista, y las relaciones internacionales se condujeron de igual manera que en cualquier otro gobierno. Y en cuanto a la dimensión política, se amplió su discusión a través de la misma institucionalidad y de los partidos políticos.

La participación política se expandió tanto por las leyes electorales como también a la ampliación en la participación ciudadana, canalizada por la labor de los partidos políticos, organismos institucionalizados que influían en la forma de hacer política en este período.

Por todo lo anterior es necesario repensar el período parlamentario, no como la época negra del gobierno chileno, sino como importante etapa de construcción y avance, y como importante base de los gobiernos actuales.

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